La administración de Trump implementó cambios significativos en la política migratoria de Estados Unidos, marcados por un enfoque en la seguridad nacional, el proteccionismo económico y un intento de redefinir el papel del país en la migración global. Estas políticas tuvieron impactos profundos tanto en la inmigración legal como en la ilegal.
Uno de los aspectos más destacados fue el énfasis en la seguridad fronteriza. La construcción de un muro en la frontera con México y la implementación de la política de “tolerancia cero” resultaron en un aumento de detenciones de inmigrantes indocumentados. La separación de familias en la frontera generó indignación y críticas generalizadas por parte de organizaciones defensoras de derechos humanos.
La inmigración legal también se vio restringida. La administración redujo el número de admisiones de refugiados a niveles históricos y limitó categorías de visas como las H-1B para trabajadores calificados. La promulgación de la “prohibición musulmana” restringió significativamente la entrada de personas de ciertos países de mayoría musulmana, lo que generó debates sobre discriminación religiosa y seguridad nacional.
Además, el programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA) enfrentó intentos de ser desmantelado, dejando a miles de jóvenes inmigrantes, conocidos como Dreamers, en una situación de incertidumbre legal.
La administración también promovió un sistema migratorio basado en el mérito, priorizando a inmigrantes con educación superior y habilidades profesionales sobre aquellos que buscaban reunificación familiar. Si bien este enfoque pretendía proteger a los trabajadores estadounidenses, también generó preocupaciones sobre su impacto en la unidad familiar y la diversidad cultural.
Estas políticas reflejan una visión restrictiva de la inmigración, generando divisiones sobre su efectividad y sus consecuencias sociales. El legado de la administración Trump seguirá influyendo en el debate migratorio en Estados Unidos durante años.